TESEO,
hijo de
Egeo, rey de Atenas,
fué educado e instruIdo por su abuelo materno, llamado Píteo, que era,
a la vez, rey de Trecena y el más prudente y virtuoso de los griegos.
Su primera hazaña fué la victoria que obtuvo sobre el bandido
Perifetes
que vivía emboscado en las cercanías del Epidauro y asesinaba con su
maza a los que por allí pasaban. Teseo lo mató y llevó siempre consigo
esta maza como un trofeo. Después atacó y dio muerte a Procusto,
Escirón, Cerción y Sinnis que cometían horribles crueldades.
Procusto tenía estatura y fuerza prodigiosas y atraía a su mansión a
los viandantes para robarles y hacerles sufrir suplicios atroces. Los
tendía sobre un lecho de hierro y si sus piernas excedían los
límites
del mismo, cortaba de un hachazo la porción sobrante; si, por el
contrario, las piernas resultaban más cortas las estiraba hasta que
dieran la longitud del lecho fatal.
El bandido
Escirón, no contento con saquear a los caminantes que
sorprendía en los desfiladeros de las montañas, en las inmediaciones de
Megara, los obligaba a lavarle los pies en la cima de una peña elevada
y desde allí, sin esfuerzo alguno y de un solo golpe los precipitaba en
el mar. Teseo lo castigó con el mismo suplicio, pero la tierra y el mar
se negaron a recibir el cuerpo de este criminal, de manera que quedó
suspendido en los aires por algún tiempo, hasta que al fin quedó
convertido en peñasco.
Cerción, que era en extremo hábil en los ejercicios gimnásticos,
obligaba a los viajeros a luchar con él y los mutilaba. Teseo lo
derrotó y le
arrancó la vida.
S
innis, que estaba dotado de una fuerza extraordinaria, torcía los
árboles más corpulentos, juntaba sus ramas más altas y ataba a ellas a
aquellos que había vencido: las ramas al recobrar su posición normal
descuartizaban a estos desgraciados. Teseo le dio muerte.
Pero un triunfo más importante aún le esperaba en la isla de
Creta.
Minos, después de vencer a los atenienses, habíales condenado a
entregarle cada año siete mozos y otras tantas doncellas que debían
servir de alimento al
Minotauro, monstruo mitad hombre y mitad toro,
encerrado en el laberinto. Teseo quiso redimir a su patria del
vergonzoso tributo y se agregó al grupo de las víctimas que la suerte
había designado y partió para Creta. Su belleza, juventud y aire noble
y marcial robaron el corazón de
Ariadna, hija del rey Minos. Teseo le
prometió llevarla consigo a Atenas y tomarla por esposa si triunfaba en
su empresa y salía del laberinto sano y salvo.
Ariadna le ilustró con sus consejos y le prestó su ayuda, le dio un
ovillo de hilo mediante el cual pudiera guiar sus pasos por los oscuros
corredores de aquella inextricable mansión. El monstruo fue muerto y
Teseo halló fácilmente su camino de salida gracias al hilo de Ariadna.
El, sin embargo, pagó este servicio con la más indigna perfidia, pues
apenas hubieron embarcado los dos en el bajel que debía transportarlos
al
Ática, quiso Teseo detenerse en la isla de Naxos para descansar, y
aprovechando un momento en que la crédula Ariadna dormía apaciblemente
sobre la ribera, se hizo a la vela y la dejó abandonada en la playa.
Egeo, padre de Teseo, esperaba solícito el resultado de tan peligrosa
aventura. Antes de partir había recomendado ahincadamente a su hijo que
si retornaba vencedor, arbolase a su llegada, en lugar del pabellón
negro que tremolaba en su bajel, una bandera blanca adornada con flores
y gallardetes. Egeo, alarmado por tan prolongada ausencia, subíase cada
día a lo más elevado de un altozano y se esforzaba por descubrir a lo
lejos el bajel tan ansiosamente añorado. Teseo, entre tanto, hacía
rumbo hacia el Ática, pero entre el regocijo de su triunfo se había
olvidado de izar el pabellón blanco, señal de su victoria. Al ver el
desgraciado padre la bandera negra, creyó que su hijo había perecido y
se precipitó en el mar. Este mar, situado entre el Asia Menor y el
Peloponeso, se ha llamado desde entonces mar Egeo.
El trono de Atenas pertenecía a Teseo de derecho; pero sus primos
hermanos, que en la historia son conocidos bajo la denominación de
Palántidas, por ser hijos de Palas, hermano de Egeo, le disputaron el
trono, le prepararon emboscadas y pusieron en movimiento todas sus
artes para deshacerse de él. Teseo contaba en Atenas con numerosos
adictos y después de haber intentado, aunque en vano, convencer a sus
parientes de la legitimidad de su derecho por la persuasión, armó un
ejército de ciudadanos fieles, atacó a los
Palántidas y los destrozó
hasta no quedar ni uno; eran cincuenta.
Asentado ya tranquilamente Teseo en el trono, trabajó por reformar las
leyes establecidas y dictó otras nuevas. Engrandeció la ciudad de
Atenas, atrajo a los extranjeros y a fin de constituir una a modo de
república, resignó sus poderes civiles en manos de un consejo o senado
y solamente se reservó el mando del ejército.
La conquista del
vellocino de oro y la caza del
jabalí de Calidonia
acrecentaron más aún su fama. Después acompañó a
Hércules en su
expedición a las márgenes del Termodonte a buscar y dar batalla a las
Amazonas, terribles doncellas guerreras a las cuales venció haciendo
prisionera a su reina
Hipólita o
Antíope que tomó por esposa y que fué
más tarde la madre de Hipólito.
A la muerte de Antíope pidió en matrimonio a
Fedra, hija del rey Minos,
siéndole concedida su mano. Pero la sangre de Minos debía ser funesta
para la tranquilidad de Teseo, pues apenas hubo Fedra llegado a
Trecena, puso los ojos en el mancebo
Hipólito, hijo de la Amazona.
Hipólito, educado lejos de la corte, bajo la dirección de su bisabuelo
el sabio Píteo, y ajeno en absoluto a las seducciones del amor,
hallábase por completo dedicado a profundos estudios, sin otro descanso
que el placer de la caza, ni más adorno de su persona que el arco y las
flechas, ni culto alguno que no fuese el rendido a
Diana, reina de los
bosques. Irritada
Venus por tantos desdenes, decretó su muerte. Inspiró
a Fedra una pasión tan arrebatada por el mancebo, que la madrastra,
fuera de sí y aprovechando una ocasión en que Teseo se hallaba ausente,
no vaciló en confesar su ardiente amor a Hipólito. El arrogante cazador
no respondió a tales protestas sino con el silencio y el desdén. Llena
de confusión se retiró Fedra a sus habitaciones, escribió una carta a
Teseo y se suicidó. Esta carta contenía una odiosa calumnia: en ella se
imputaba a Hipólito un crimen de que solamente la propia Fedra se había
hecho culpable. A su retorno, Teseo se entera del suicidio de su
esposa, abre la carta y no duda un
momento que la conducta de Hipólito
ha sido la que ha llevado a Fedra a tomar la desesperada resolución.
Llama a su hijo, lo colma de reproches, lo destierra lejos de Trecena
sin dar oídos a sus justificaciones y exclama: "¡Oh padre mío
Neptuno!
Tú me prometiste acoger favorablemente por tres veces mis ruegos:
cúmpleme, aunque sólo sea por esta vez, lo que te pido. Haz que mi hijo
perezca. Por el cumplimiento de esta venganza conoceré que eres fiel a
tus promesas".
No habiendo podido Hipólito desarmar a su padre ni conmoverlo, con el
corazón lleno de tristeza subió a su carro y salió de Trecena. Apenas
llegó a la orilla del mar, un monstruo marino enviado por Neptuno,
espantó sus caballos que se estremecieron y se encabritaron.
Arrastrado por los caballos y cubierto de heridas, expiró a los pocos
momentos. Teseo no comprendió su error y su crimen sino cuando ya era
demasiado tarde para remediarlos.
Entre tanto
Menesteo, que era hijo de Petes y uno de los descendientes
de
Erecteo, supo de tal manera halagar al pueblo de Atenas y puso en
juego tantas intrigas y artificios, que consiguió ser coronado rey. En
vano Teseo intentó reasumir el mando del ejército y hacer valer sus
derechos; los veleidosos atenienses, olvidando cuanto por ellos habla
hecho, lo obligaron a marcharse y se retiró a la isla de Esciros, donde
el rey
Licomedes, sobornado por Menesteo, lo asesinó, Los atenienses
reconocieron al fin su ingratitud; restituyeron en el trono a los hijos
de Teseo y levantaron un templo y un sepulcro al vencedor del
Minotauro.
Fuente: Texto tomado de
Mitología griega y romana, de J. Humbert. Ed. Gustavo Gili S.A. México D. F. 1978